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Proverbios de un infierno congelado en el tiempo.

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Mensaje por Aelinor Targaryen Jue Ago 14, 2014 5:51 pm

¡Una infortunada más, cansada ya de respirar, temeraria e impaciente que se fue a una cruel muerte: tan frágil, tan joven, tan bonita! Mirad su vestido, pegado al cuerpo con delicadeza, con bellas joyas adornando su piel y delicados aromas atrapados en las hebras de sus cabellos ¿Quién imaginaría al ver tan esplendoroso fulgor que era tan desgraciada? No la consideréis despectivamente, pensad con dolor en ella, dulce y humanamente, no en sus máculas: todo cuanto queda de ella es ya pura mujer. Era la suya una condena, un infierno. Muerte sombría, a ella empujada por la glacial y tenaz indiferencia humana, por la frenética demencia de los hombres, la casarían con su hermano Aerys. Con las manos en su regazo, miraba distraída con la inocencia de un ser perdido cómo la nieve caía con singular gracia, adhiriéndose a la ventana en forma de gotas gélidas. El viento aullaba en cantos misteriosos y casi armoniosos, el silencio la acompañaba más gentil que su hermano, que leía sin interés alguno de prestarle atención al espectáculo invernal.

Pero ella prestaba atención, ¡Ah, que lugar más hermoso! Había algo en los paisajes que le daban el acento de eternidad que ella tanto anhelaba. Existen damas que prefieren las rosas a la nieve, existen damas más felices. La princesa de sombras al contemplar los alegres campos florales, sólo pensaba en los días que nunca serían. Triste como el último lamento agónico que se hunde en el abismo con todo lo que es amado. Simplemente esperaba morir pronto, o que él muriese pronto. Era conocido por los Siete Reinos el desprecio que Aerys mostraba a quien sería su esposa, las humillaciones no eran secreto, él la consideraba una idiota, una ignorante. ¿No se había dado cuenta de que Aelinor, la sombría, había tomado alas? ¿Qué acaso el desprecio le cegaba de tal manera que no escuchaba la belleza de sus palabras, ni veía la hermosura de sus facciones? La timidez la había hecho menos atractiva que Shiera, y más silenciosa que Daenerys. Era una princesa en todo derecho, pero a ella la sangre real representaba más un impedimento que una bendición.

Adornada para conquistar, usaba un vestido de telas myrenses, de un tono lavanda tan claro que podrían llegar al blanco, con incrustantes de numerosas piedras preciosas, que envolvía su cuerpo y sus brazos con la delicada gracia de una caricia. Su cabello caía como una cascada en su espalda, y en la cima de ésta se posaba una tiara de diamantes, indicando su lugar como princesa. Habían sido enviados al Norte en una visita de cortesía, y eran recibidos con gran respeto. Mientras bajaba el escalón tapizado de su carruaje, las jóvenes damas miraban con admiración el lujoso aspecto de la princesa, sus ojos eran más profundos que el abismo de aguas aquietadas al atardecer; tenía tres lirios que reposaban en su cálido brazo, su aspecto era virginal, su aspecto era triste.

Al llegar el momento de las presentaciones, buscó tomar del brazo a su hermano, como las leyes de la etiqueta le indicaban, más sólo se encontró con un bufido de desprecio y burla. La primera humillación del día. Todos lo habían visto. Se alisó la falda con gesto incómodo y pensativo. Cuando se acercaron a la familia Stark, pudo Aelinor vislumbrar una belleza antes desconocida: La belleza de una familia. Incluso en lo que su hermano llamaba "un lúgubre estilo de vida", ella podía ver una chispa en los ojos de sus miembros que nunca había tenido oportunidad de apreciar. No lo habría imaginado en mil siglos que los Stark, una familia conocida por su ferocidad y su férreo honor pudiese ser tan cálida a la vista. La dulce sonrisa de la hija de Lord Stark, Lyanna, era especialmente cálida, adornada con dulces mejillas sonrosadas y llenas de pudor, lejos estaban de la palidez mortal de Aelinor.

Esperó pacientemente el ser presentada por su hermano Aerys, como era su deber. Y eso nunca pasó, otra humillación: Su hermano se negaba a pronunciar su nombre, y sólo la miraba fríamente. El suspiro que escapó de los labios de la joven doncella fue leve y significativo, estaba cansada. La gracia pura de sus movimientos de niña hacían de ese espectáculo vulgar y cruel una obra divina, remojando el pecho de los hombres como una poción opiácea de vino encantado. Inclinó su rostro y dijo en un suave susurro: —Soy Aelinor Targaryen, princesa de los Siete Reinos —la dulce elegancia de su voz sonó con encanto cortés—. Vuestras tierras poseen una belleza singular, Lord Stark. Los cantos del viento norteño avergonzarían a la garganta de una sirena y la blancura de su nieve causarían envidia a la luna. Me han hechizado.

Con una reverencia, su hermano se dispuso a platicar con el señor norteño, dejando a Aelinor con las féminas de la noble familia norteña: Alynne Manderly y la bonita Lady Lyanna. En parte agradeció quedarse con ellas, que tenían una mirada y aspecto mucho más cálido que los varones. Acompañada únicamente por su Septa, fueron guiadas a una sala espaciosa, y bastante cómoda, con sillones mullidos y velas gruesas, no como los fríos lujos del sur, dónde todo era ostentación. —Es mi deber disculparme, por lo pasado hace momento... —dijo después de un corto silencio, tratando de excusar a su hermano, mintió con la mejor de las intenciones—. Es difícil para mi noble príncipe soportarme con esta vacilante sombra sobre mi, fue mi deseo no ser presentada por él, no soportaría perturbarlo con mi nombre un sólo momento que pueda aliviar su pena.
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Proverbios de un infierno congelado en el tiempo. Empty Re: Proverbios de un infierno congelado en el tiempo.

Mensaje por Lyanna Stark Sáb Ago 16, 2014 4:09 pm

Los vientos, crueles, se hacían escuchar en aquella fortaleza ancestral, pareciendo querer atemorizar a los hombres y mujeres de aquel noble lugar. Pero ni siquiera los vientos ni las criaturas más oscuras podrían causar temor alguno en el corazón de las gentiles gentes que vivían allí; que en vez de temer al frío invierno como los habitantes de los demás reinos,  los norteños lo querían casi como a un viejo amigo. Excepto una muchacha de aquella fortaleza invernal, una joven que soñaba con el Sol, los campos en flor y el dulce calor que traía la primavera. Y los dioses, tiranos y villanos como ellos solos, le concedieron una belleza delicada y blanquecina como el propio invierno a la muchacha que soñaba con la primavera. Esa misma joven, se encontraba con la señora del Norte, una mujer que aún mantenía el brillo febril en sus grandes ojos azules.

¨No se encuentra bien...¨ Lady Lyanna se mordió el labio inferior, sus ojos expresaban la preocupación que no podía salir de sus labios. Su señora madre había sido imprudente al salir de su lecho, pero los príncipes Targaryen esperaban a la familia Stark al completo, y Alynne, como buena y testaruda dama, tenía que cumplir con su deber.
Aún así, la enfermedad de la esposa de Lord Rickard Stark no eran más que rumores en el Norte pero era una realidad en Invernalia. La propia Lyanna había estado varias noches en vela, acompañando a su madre en aquellas dolencias que llegaba a sufrir, ella solía quedarse hasta que el maestre calmaba sus dolores  y su madre lograba conciliar el sueño. Pero ella no lo conciliaba después, pues en sus sueños lo único que encontraba era el horror de la muerte del ser querido y la soledad que siempre acompañaba a la muerte.

El incómodo silencio que compartían madre e hija contrastaba con las risas varoniles lejanas. ¨Es Robb¨A ella no le parecía raro escuchar la risa de su hermano y sus encantadores amigos ante la llegada de los muy nobles Targaryen, pues la propia joven ya había escuchado las burlas crueles que su hermano había dirigido hacia el príncipe Aerys. ¨Mañana veremos si el Rey Daeron ha tenido una o dos hijas¨Esa era una de ellas, aunque ella no le dio mucha importancia, se encontraba más preocupada por otras cosas de mayor importancia que el honor ¨mancillado¨ del príncipe Aerys. No tardaron mucho en llegar al lugar indicado para recibir a los príncipes, allí mismo se reunieron con su señor padre y su hermano. La propia Lyanna no pudo evitar mostrar una sonrisa sincera al ver que sus padres compartían una palabras cariñosas que solamente podrían escuchar ellos dos.
¨Ojalá me encuentre así de enamorada del hombre con el que contraiga matrimonio¨Lo deseó de todo corazón, un deseo que se vio interrumpido por las graves voces de los guardias que anunciaban la llegada de la comitiva Targaryen. Apresuradamente, se alisó sus ropajes y dejó caer la gruesa trenza sobre su pecho, pues tenía que estar magnifica ante aquella ilustre familia, por ahora, era su único deber.

Lady Lyanna mostró su sonrisa más radiante al ver a los jóvenes príncipes salir de su ostentoso carruaje, y tuvo que mantenerla ante la muestra de descortesía del príncipe Aerys con su prometida, la princesa Aelinor. La joven no podía sentirse más desconcertada ante el comportamiento del príncipe con su hermana, ¿Qué había hecho la pobre Aelinor para merecer ese trato?. Lyanna no quería entrar en terreno peligroso, pero si tenía que preguntar al príncipe Aerys por esos desprecios hacia aquella frágil joven que era su hermana, lo haría.
Las presentaciones se fueron sucediendo, pero Lyanna prefirió examinar a la desdichada princesa Aelinor. Era bella, no sabía si más que ella misma o de una manera distinta a su propia belleza, pero era una belleza tan triste que hasta el hombre más cruel se le encogería el corazón. Quizá la triste princesa se tratará de una mujer alegre con sus más allegados, pero allí, en Invernalia, sus ojos eran de triste mirar y sus labios aparentaban una mueca de eterna infelicidad, mueca que pareció intensificarse ante la segunda humillación por parte de su hermano. La pobre princesa se tuvo que presentar a su señor padre, y él le respondió con palabras amables y llenas de cortesía.

Cuando las presentaciones acabaron, la joven princesa y su Septa se unieron a ella y a su madre. Ambas decidieron llevar tanto a la princesa como a su Septa a una sala espaciosa, con sillones mullidos y gruesas velas para iluminar en las noches cerradas. Las cuatro mujeres tomaron asiento, Lyanna eligió un pequeño sillón cercano a uno de los grandes ventanales de la sala. Allí sentada escuchó las disculpas de la princesa y, la joven no pudo aguantar más:
-Alteza- Su tono de voz era suave y educado, como correspondía dirigirse a una persona de la familia real.-No tenéis porque disculparos por el comportamiento de vuestro hermano, más bien, vuestro hermano tendría que disculparse ante vos por la humillación que os ha causado.
-¡Lyanna!- Lady Alynne la llamó, ella sabía que no podía hablar de esa manera de un hijo del Rey Daeron, pero Lyanna Stark había sido educada en un hogar donde el hombre honraba a la mujer y no la humillaba.
-Es verdad, madre... Esa no es manera de tratar a una mujer- Lyanna continuó, testaruda como ella sola.-  Lo siento mucho si os he molestado, alteza, pero tenía que seros sincera.
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Mensaje por Aelinor Targaryen Dom Ago 24, 2014 1:53 pm

La Septa se aclaró la garganta, incómoda. Miró a la joven princesa con cierta pena, era una joven preciosa y encantadora por sí misma, pero que siempre había vivido en la sombra de Shiera Seastar y Daenerys Targaryen, sus tías. Pero ¿Existiría criatura que pudiese compararse con la belleza de su alma? Lo dudaba. Simpatizó con Lyanna Stark, la princesa Aelinor no debía ser tratada de tan cruel manera. Hija del Rey, sentada en la alta torre, mientras el verano es el escudo de muchos ¿Porqué te lamentas mientras las nubes pasan? Entre la costa y el campo los altivos cisnes cantan ¿Porqué te lamentas sentada en tu ventana, hasta que por tus frágiles dedos corran las lágrimas? Miró a Lyanna Stark, con sus mejillas sonrosadas y su mirada fija y preocupada. Tan dulce, tan frágil. Invernalia, con sus habitaciones cálidas y sus velas derretidas, había sido su escudo de las crueldades del mundo exterior, dónde las jóvenes son las víctimas de los crímenes más atroces. Su padre y su madre se preocupaban por ella, le adoraban, era sólo cosa de ver sus miradas hinchadas de orgullo. Aunque los reyes de los Siete Reinos eran nobles gobernantes, nunca habían sido buenos padres. De haberlo sido, jamás habrían emparejado a la dulce princesa con su cruel hermano, le habrían buscado alguien más adecuado, alguien noble y valiente.Después de un corto, y bastante incómodo silencio, la princesa Aelinor movió los labios en una dulce sonrisa.

No tenéis que disculparos, Lady Lyanna —Eran las palabras más amables que había escuchado salir de una persona desde que había dejado Desembarco del Rey—, a mi noble príncipe la genialidad le tortura, tal talento es visto sólo una vez por generación, y es poco comprendido. El sufrimiento de su alma es grande, pues yo sólo soy una mujer que poco entiende del mundo.

Se había acostumbrado, a través de los umbrales de la falsedad, a fingir cierta tranquilidad, y aunque la melancolía se había vuelto una forma atada de manera intrínseca en su ser, crear una máscara, en dónde la gente podría ser engañada y confundida, con el deje de una sonrisa, no se podría decir si estaba feliz, enojada o triste. Pero si existiese un ser con quien pudiese compartir los misterios de su tristeza, lo habría hecho. Cuando el amor descienda súbitamente desde el cielo, como una nube deshecha en llanto, sobre las flores de tallos marchitos alentando. Vaciaría entonces su pena sobre una rosa matinal, permitiría dar las manos, y dejaría delirar, sumergir hondo, muy hondo, en sus ojos incomparables. Los ojos mundanos son polvorientos y débiles, los ojos del pecado están cansados y fríos, los de la mujer desdichada son vacíos, con la mirada perdida de los ancianos. La desdicha barre del rostro su inocencia. ¡No hay cura para las heridas invisibles! Y el alma atisba desde su refugio lo posible: Ilesa, inmaculada, indemne.

Había escuchado de vuestro interés en la formación de alianzas con el sur, Lady Alynne —mencionó, para cambiar de tema—. Los Manderly de Puerto Blanco siempre han tenido buena comunicación con Desembarco del Rey, y los Stark siempre se han mantenido leales. Si pudiese yo ser de alguna ayuda, no dudéis en pedírmela. ¿Qué opináis, Lady Lyanna?

El encanto de vuestra hija está escondido aquí en el Norte, Lady Alynne —añadió amablemente la Septa—. El sur sería buen lugar para ella —Por supuesto, no se atrevió a ofrecer a alguna dama sureña al hijo de Lord Stark, conocía bien su fama de salvaje, y francamente una joven acostumbrada al lujo encontraría Invernalia demasiado fría. En cambio, Lady Lyanna parecía que podría acomodarse rápidamente en alguna familia sureña, incluso podría ser una buena candidata para el Príncipe Baelor si evitaba decir malos comentarios acerca de Aerys.

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Proverbios de un infierno congelado en el tiempo. Empty Re: Proverbios de un infierno congelado en el tiempo.

Mensaje por Lyanna Stark Miér Ago 27, 2014 12:00 pm

El silencio reinó tras las dulces palabras de la princesa de los Siete Reinos. Lyanna no había logrado conseguir lo que quería, una confesión sincera de la joven hija del Rey Daeron sobre su hermano; pues lo único que había conseguido era cometer un grave error. No solamente había dado una imagen errónea de sí misma, sino que había llegado a criticar a un miembro de la familia real, un acto imperdonable si las críticas llegaban a los oídos del príncipe Aerys. Aún así, la doncella de nieve tenía la seguridad de que sus atrevidos comentarios sobre el comportamiento del príncipe con su hermana no saldrían de aquella sala. Al fin y al cabo, el comportamiento cruel de Aerys hacia su hermana no era algo que alegrará a muchos.

Lyanna cruzó silenciosa ambas manos frente a su regazo, temerosa de romper ese silencio que gobernaba entre las tres ilustres mujeres y la Septa de la princesa Aelinor. A Lyanna le pareció curioso la gran diferencia que había entre su Septa Ellaria y la de la princesa. La Septa de Aelinor parecía una mujer prudente, callada y de buena educación mientras su propia Septa era altiva, de mal carácter y soberbia, como buena dorniense que era la mujer. ¨Quizá deberíamos cambiarnos de Septas, Ellaria seguramente la haría reír¨La idea hizo que una sonrisa tímida se mostrará en su rostro, pues podía imaginar a su Septa soltando maldiciones a diestro y siniestro al intentar solamente hacer que una sonrisa se dibujará en el rostro de la triste princesa Aelinor.

-Las alianzas con el sur son un tema un poco peliagudo para mi buen señor, mi princesa-La voz de su madre retumbó en su mente, como si se encontrará a una gran distancia de ella.-He intentado varias veces convencerlo para casar a mi Lyanna con algún noble sureño, como el noble Ser Devan Tully o el poderoso Ser Tyrek Lannister. Pero en todas mis propuestas, mi noble esposo se ha negado. La única solución sería enviar a Lyanna o a Robb como pupilos a una Gran Casa o a la Corona; si vuestro ilustre y noble padre acepta, por supuesto.

La joven suspiró, sabía que su madre estaba desesperada por casarla y que hace más o menos un año, se le había ocurrido enviar a sus dos hijos como pupilos a alguna noble familia sureña, y que con el tiempo, se formalizarán dos compromisos ventajosos para sus hijos. Pero bien sabía Lyanna que si pasaba a convertirse en pupila de la Corona, no conseguiría ningún matrimonio ventajoso. El Príncipe Baelor seguramente contraería matrimonio con la bellísima Myra Tyrell o la dulce Lynesse Arryn, ambas eran perfectas candidatas para ser la Reina de Baelor, aunque los rumores que habían llegado a los oídos de Lyanna sobre ambas no las hacían parecer criaturas puras y delicadas como los bardos de el Dominio y el Valle habían descrito a las dos damas.¨ Habría sido más sabio haber comprometido a Aelinor con Baelor, así Myra y Lynesse no tendrán que arrancarse los pelos por tener a Baelor.¨Ser Reina era una idea tentadora, pero las Reinas siempre tenían un destino fatídico.

-Una alianza entre el Norte y las Tierras de la Corona sería lo mejor, altezaLos Dioses saben que el Rey necesitaría el poderoso ejército del Norte si alguna vez su vida y su posición peligraban¨. Lyanna se mordió el labio, ojalá jamás ocurriera aquello o sino Poniente se teñiría de sangre.- Quizá eso animará a mi señor padre visitar Desembarco del Rey. ¿Desembarco del Rey es tan hermoso como dicen, alteza?. Mi señor tío la ha visitado decenas de veces, siempre me ha hablado de todas las maravillas que se encuentran en esa ciudad.

Lyanna siempre había soñado con visitar Desembarco del Rey desde que el señor de Puerto Blanco le había hablado de la capital de los Siete Reinos. También Lyanna sentía curiosidad por el calor bochornoso que asolaba la ciudad fundada por Aegon el Conquistador cada verano, decían de ese calor que era una de las cosas más horribles que podían haber creados los Dioses, pero seguramente sería mejor que el frío invernal que siempre azotaba a la fortaleza de la ancestral familia Stark.

-Oh, querida Septa... Sois muy amable-La voz de Alynne sonaba con orgullo cada vez que halagaban la belleza de Lyanna.-Ojala mi señor esposo pensará como vos.

Si Lord Stark pensará igual que esa encantadora Septa, Lyanna ya se encontraría casada con algún gran señor y todas las discusiones entre Lord Rickard y Lady Alynne por quién sería el esposo de su hija se hubieran acabado hace años.
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