Gently as She Goes {Casting to Myra Tyrell}

Podía escuchar la música a lo lejos, una hermosa mezcla entre las flautas, unas panderetas, e incluso el sonido del darbuka, un instrumento que, según y había leído, se usaba para fiestas o cultos como los que se daban ahora. Podía escuchar los pasos de las personas caminando por el tapete del hermoso verde escarlata, con una serie de rosas doradas bordadas por los bordes. Era sorprendente ver que aunque las pisaran, no llegasen a marchitarse.

Ese día todo Altojardín estaba lleno de flores, o al menos, más de lo que solía acostumbrarse. El aroma del palacio era como si hubiesen traído las flores del jardín dentro de estas paredes, llegando a sentirse hasta abrumador, porque eran tantos aromas que no se sabía distinguir uno de otro. Para fortuna de esos que vivían aquí, en el hogar de los Tyrell, era fácil saber que a su derecha habían jacintos, a su izquierda petunias, hacia el frente estaban las Magnolias, floreciendo; y a espaldas del motivo de semejante organización, estaban las rosas doradas con gotas de rocío incluso en sus espinas.

Podía ver a través de su ventana cómo llegaban los invitados de todo el Dominio y quizás más allá de sus tierras. Tiraban de su hermoso cabello ondulado bastante fuerte y hasta mañoso, haciendo que fuese haciendo unas muecas hasta que finalmente le hicieron el peinado hacia atrás con una corona de flores en la cabeza, dejándole a vista de su espejo al mirarse esas curiosas pecas en sus mejillas y sus carnosos labios rojos. Se quedó mirando por un largo rato, pasó sus dedos por la comisura de sus labios sin creerse que era ella quien se veía allí, hasta que la puerta se volvió abrir y no era ninguna dama del castillo para preguntarle si su vestido era el apropiado, sino su madre, que entraba con la misma grandeza y altivez que siempre.

- ¿Nerviosa? – preguntó ella con cierta sorpresa al ver el rostro de la pequeña flor cuando había entrado.
- No… – se limitó sin más, su madre se acercó hasta mirarla por el espejo.
- … Baja, no les hagas esperar – su rostro cambió de repente, tras un largo silencio. Myra, sin decir palabra, salió de su habitación sin extrañarse mucho del por qué su madre se había conservado allí.

Escondió sus manos entre las mangas de su largo vestido mientras que bajaba con el mismo silencio, de vez en cuando saludaba con la cabeza a los nobles que pasaban a su lado, o les dedicaba una sonrisa, o una reverencia a aquellos que se dirigían a ella como “la pequeña flor Tyrell”, como solían conocerla por el reino. Se lamentaba por ser la que tenía menos méritos entre sus hermanos, pero muy en el fondo sabía que esto se trataba porque ni siquiera tenía el parecido a ellos, o al menos, la capacidad de usar un arco o una espada. Aún así, Myra sabía sus fortalezas, y estaba segura que ni Alia ni ningún otro ser podría tener lo mismo que ella.

Al llegar a la sala principal, lo primero en sorprenderla fue la música; nunca en su vida, o al menos lo que recordaba desde la primera vez que actuó conscientemente, había visto tanta alegría en el castillo, y mucho menos aquella sorpresa que se llevó cuando al andar hasta el centro unas jóvenes bailarinas la rodearon como si cantaran en los jardines, como pronto también empezaron a caer pétalos de rosas desde el techo, algo que no se explicaba de ningún modo.

Levantó su profunda mirada para ver cómo caían y rozaban sus mejillas con un tacto suave y agradable, respiró profundo para sentir con mayoridad las sensaciones de su pecho, la emoción y la alegría en Altojardín le embriagaba, y le obligó a sonreír. Alzó los brazos dejando ver que las alas de sus mangas estaban detallados con encajes de flores, su sonrisa se extendió hasta mostrar los dientes y sentir las mismas ganas que los demás de danzar junto con la música, dando vueltas y vueltas en el centro de la sala con el resto de la multitud como si tuviese un caballero que le hiciera dar esas vueltas, a pesar de sólo tratarse de un baile en solitario. No le molestó en absoluto, la música siguió lo suyo como ella también, hasta detenerse con la misma sonrisa que desapareció cuando clavó los ojos hacia la dirección de las escaleras.

Por supuesto, por poco y olvidaba que era el vigésimo día del nombre de su hermana, Alia Tyrell.

Pudo ver bajar lentamente en los escalones a su madre, quién le hizo una señal con la cabeza y le sonrió de la misma manera que siempre, haciendo que poco a poco aquella chispa de niña pequeña se esfumara hasta convertirse en serenidad. Asintió con pesadez, y apartándose con extremo porte entre la multitud consiguió llegar hasta fuera de la pista de baile, sentándose en una pequeña silla que parecía esconder entre sábanas algo que estaba como una sorpresa. Cuando unos caballeros lo tomaron y tiraron de ella, los que danzaron se detuvieron para mirar con asombro el hermoso clavecín que estaba al lado de la pequeña Myra, aguardando a unos dedos como los pétalos de las rosas a que pudieran tocar con la hermosa melodía que proyectaba con sólo verlo.

Myra se acomodó en su lugar y puso los dedos sobre las teclas, respiró profundamente, tratando de recordar las notas y la práctica. Volteando disimuladamente a ver hacia sus hermanos, pudo notar que incluso Garlan estaba presente, algo que le extrañó bastante. Su mirada se movió en dirección de su madre e inmediatamente rechazó a su padre, hasta finalmente haber encontrado la belleza de Alia con un vestido mucho más llamativo que el suyo. Volvió a respirar profundamente, y entre el silencio de sí misma y los murmullos de los demás, se giró de nuevo hacia el clavecín.

«Hoy es un buen día para opacar a mi hermana» se dijo, e inmediatamente, empezó a tocar.