Suceso ~ Visitante de más allá del mar

Dekar @ A Crown Laced in Lies

Tal había sido la presión del señor de Marcaderiva que a su hija, la única que todavía permanecía en la isla, le había tocado asistir al evento. Bien sabía Daenara que aquello era un voto de confianza, que de no saber que iba a comportarse como es debido, no la hubiese enviado hasta allí. Pero eso no restaba importancia al asunto de que volvía a estar en Desembarco del Rey. Otra vez.

Otra vez había abandonado a regañadientes Marcaderiva, dejando a su hermano junto a su padre. Un hermano que poco sabía de los remedios más efectivos para calmar los espasmos, poco de los tés que conseguían disminuir la tos y las flemas. Pero tras mucho insistirle Vaemond, llegando casi hasta el punto de la obligación, Daenara Velaryon había vuelto a subir abordo de uno de los barcos de su padre y se había dirigido a la capital. Le había venido justo no, justísimo, darse un baño y acedentarse tras el viaje. Ataviada pues con ropas que de un modo u otro resaltaban su ascendencia valyria, la mujer se dirigió hacia la zona de los festejos, acompañada por supuesto de aquellos dos hombres que tantos viajes habían compartido con ella. Daenara se compadecía de ellos, siempre le acompañaban allá donde su padre dictase, allá donde la enfermedad y política de éste le obligase a asistir. ¡Incluso viajaban con más frecuencia que su hermano! Por descontado que él aborrecía aquello. Aborrecía quedarse en Marcaderiva mientras su hermana se iba a tomar pastelitos con una extranjera. Pero que equivocado estaba su hermano. Daenara desconocía de quién se trataba, a pesar de que unos pocos detalles habían sido revelados, la mayoría rumores seguro. Aquello era un suplicio para Daenara, y se lo hubiese cambiado a su hermano en un abrir y cerrar de ojos.

No obstante, Daenara Velaryon puso su mejor cara -o lo intentó- y se dirigió hacia el tumulto de gente escudada por los dos hombres a quienes les hacía poca gracia tal condensación. Podría ser peor. Podría darse todo aquello en Lecho de Pulgas, donde las angostas calles podían convertirse en trampas peligrosas. 

-Lucís bellísima, lady Seastar –era la única criada que se atrevía a hablarle, a mirarle a los ojos y sonreírle. Las demás permanecían casi siempre en silencio, y solo asentían o negaban de vez en cuando. Brynden tendría que estarle pagando un muy buen precio a aquella para que le dirigiera la palabra “y por su bien, que sea con dragones de oro y no con carne –le dijo en su mente la pelirrubia-, o me daré un buen baño con tu sangre de pajarita” La miraba a los ojos y le sonreía ligeramente, pero sus orbes eran como dos cuchillos dispuestos a cortarle el cuello de lado a lado mil veces.

-Gracias por vuestro cumplido, Alyce –soltó al fin, con un tono de voz melodioso y llamativo-. Traedme mi collar, por favor –su joya más preciada, aquella hecha de plata y adornada con zafiros y esmeraldas que hacían juego con sus ojos dispares. Recordaba que se la habían mandado a hacer en primera instancia de oro, pero a ella no le gustaba el oro. Muchos se volvían locos con el brillo dorado de aquel metal precioso y con el valor que se suponía tenía, pero para la Stella la plata era sin duda el más hermoso y elegante de los dos. No era opulento a niveles insoportables, pero tampoco era menos. La luna era de plata, y era la dama más hermosa que ella conocía, y la reina de la noche.

-Permitidme, mi señora –la doncella la sacó de su ensoñación cuando colocó delicadamente la joya alrededor de su fino y pálido cuello, y lo abrochó atrás-. Ahora sí os veís espléndida, mi lady. La braavosi se verá opacada por vuestra belleza –le sonrió halagadoramente y Shiera la miró fijamente a sus ojos por varios minutos, escudriñando su rostro.

-Todas las mujeres se ven opacadas por mi belleza, Alyce –el suave tacto de su mano sobre el rostro de la criada sin embargo pareció sobresaltarla, pero la bastarda continuó. Acomodó con serenidad un cabello castaño tras la oreja de la joven para volver a mirarla a los ojos-. Jamás os olvidéis de ello –le sonrió con un toque de malicia, y entonces vio en el semblante de la criada algo parecido a la envidia y a la desilusión “Lo sé, querida niñita. Vos y él no me engañáis ni por un segundo”-. Ahora vámonos, no quiero llegar tarde al festejo, menos hoy. Es un hermoso día en los jardines –y sin decir más echó a andar con presteza; sus caderas volvían a danzar en un movimiento hipnótico que captaba la mirada de hombres y mujeres por igual, para llevarla a la salida de la habitación.

-Llegáis tarde –la voz grave y oscura de su amante la recibió a la entrada de los jardines-, os he estado esperando por horas, Shiera.

-Lo siento, amor mío –juntó su cuerpo al del Cuervo y depositó un suave beso en sus labios; su diestra acariciaba su hombro izquierdo-. La belleza es algo que se cultiva y toma horas.

-Tomad menos tiempo para la próxima –le había respondido el beso de mala gana “Está enfadado, como siempre últimamente ¿qué será lo que hice ahora?” se preguntó la pelirrubia al ver su gesto hosco en el rostro pálido del Cuervo.

-Decídselo a vuestras espías, Brynden –hizo un gesto con la mano hacia las tres doncellas que la escoltaban-. No es mi culpa que se demoren tanto en hacer aquello para lo que supuestamente las contrataste –le soltó sin escrúpulos y pasó junto a él-. Permiso, tengo asuntos que atender más importantes –agregó, si había algo que le molestaba más que unas espías mal encubiertas, era el humor tan negro del Cuervo de Sangre.

Los jardines, muy a su pesar, estaban repletos de gente de todos los lados de Poniente. Aduladores que venían a buscar el favor de la extranjera, bien lo sabía la bastarda; así había pasado con su madre cuando llegó al continente, pero luego la habían aborrecido por su exótica forma de ser. Siempre era así, la gente quería a las extranjeras al principio, cuando estaban intimidadas por los demás; pero una vez que éstas se acostumbraban y comenzaban a ser como eran en su ciudad natal, las cosas cambiaban. Ya no eran más el animalito exótico y aparentemente indefenso con el que se habían hecho. Eran un adefesio que osaba imponer sus costumbres en la corte, al cual había que exterminar. Para favor de la lysena, ella había vivido también en la capital de las mentiras y el espionaje, y había aprendido mucho de la gente. Observó a la braavosi que conversaba con el rey Daeron, su medio hermano, y decidió que primero debía probar alguno de los deliciosos bocados que los cocineros habían preparado para la velada.

Pese a que la atención de muchos estaba fija en un principio en la joven extranjera, los ojos cautivados por la extravagancia de Essos se voltearon para admirar el andar sensual de la pelirrubia; algunos murmuraron, otros callaron. Miradas fijas sobre la Seastar, y otras que apenas la apreciaban unos segundos temerosos de sufrir una maldición a manos de la bastarda. Ella sabía lo que pensaban, lo que decían acerca de su persona. Porqué le temían y por qué la adoraban y deseaban al mismo tiempo. Pero les era indiferente y simplemente dedicaba sonrisas amables y palabras sutiles a quien se atreviera a saludarla de la misma forma. Al llegar a la mesa, probó un trozo de fruta y se volteó para observar a su medio hermano Daeron que conversaba tranquilamente con la extranjera. Sus ojos se posaron en los de la joven y una sonrisa amable se hizo en sus labios; Shiera ya había estado en Braavos y probablemente conociera al padre de aquella chica, pero su primer movimiento siempre era ser discreta. A diferencia de otros, la Seastar era más cauta a la hora de jugar el conocido y apreciado Juego de Tronos.

Con o sin permiso del Señor del Valle, Alyssa se dirigió a Desembarco del Rey. A pesar de que tenía muchos contactos allí y poco desconocía de las últimas tendencias, había pasado mucho desde su última visita. Desembarco decayó con los años, percepción que solo la población de más de cuarenta entendía, pues las viejas mentes de Poniente son más sabias y no visitan la capital por placer.

Su carruaje, sencillo y fúnebre, paseó por las calles sin ceremonias despampanantes. Por obligación marital debía cargar en todos lados el estandarte de su casa, la respetada águila de los Arryn. Detrás de ella iban media docena de caballeros armados, también portando la misma criatura pintada o bordada, tan aburrida a la vista.

No era secreto para nadie los eventos que llamaron a los nobles ponientes a la Fortaleza Roja, tampoco las maneras en la que los nobles manejaban la diplomacia. Se saludaban por el frente y se apuntaban por detrás, no era nada nuevo, así funcionaban las cosas. Alyssa no perdía el tiempo, como otras promesas, de guardar rencores y entregar florecillas. Esos eran juegos de niños, de jóvenes sin nada que perder. Si no te llevas con alguien dícelo y ya, como varias veces ocurrió con la mismísima reina de Poniente (os dije que Alyssa no perdía el tiempo) y que probablemente sucedería de nuevo en la fiesta de aquella tarde.

El jardín del Castillo era una cosa de envidiar, no solamente por las flores. Parecía un laberinto de arbustos, un paseo a la luz del rocío, mágico y peligroso. Aunque no mostró señas de eso, la viuda blanca quedó impresionada de la belleza que se estaba perdiendo en el sombrío Nido de Águilas. Y hablando de bellezas, la cantidad de doncellas (o al menos bien disimuladas doncellas) era abrumadora, no había tantas flores como mujeres hermosas en ese jardín. A Erik, su hijo, de estar allí seguro que se fijaba en la más estúpida y simple de todas, tenía un gusto para las mujeres terrible, que mayor evidencia que la Corbray que se lo había llevado, literal, a la tumba. Quizás ahí mismo podía conseguirle partido, pensó, ya que las señoritas de la Corona, ni su madre, estaban dispuestas a hacerle su esposo, al menos no ahora... ni voluntariamente.

La belleza de Alyssa no se comparaba con las mujeres de la fiesta, pero tampoco su inteligencia. La mayoría eran engreídas que confiaban en sus labios carnosos y sus jugosas entrepiernas les mantendrían en la cima del mundo el resto de sus vidas, pobres ingenuas y estúpidas, como si el reloj no cobrase sus perjurios robándose la ternura de la piel. Era su inteligencia, su mente, lo que las haría triunfar, siempre se lo recordaba a Lynesse, que prometía seguir sus pasos. Y cuando hablaba de inteligencia no eran largas y tediosas lecciones de historia, ciencia o literatura, esa es la inteligencia inútil. Lo que vale es la capacidad de observar, de oír, de saber lo que pasa a tu alrededor, porque es la experiencia, y no los libros, la que te enseñará a salir adelante en la vida. !Y qué vida la del Juego de Tronos!

Dekar @ A Crown Laced in Lies