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Casting Orys Baratheon

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Mensaje por Brynden Ríos Mar Jun 10, 2014 11:15 pm

De la dura tormenta que había azotado sin clemencia el lugar, sólo quedaban como mudos cómplices, el húmedo olor a tierra mojada y el enlodado terreno, que temblaba con el rítmico galope de los caballos al avanzar. – ¡Están cerca! – Vociferó Lord Durran, con aquella voz ronca que le caracterizaba, al tiempo que azuzó a su enorme percherón y apresuró el paso. Tras él una treintena de hombres, cabalgaban entre la densa niebla que comenzaba a abrazar el terreno con una tétrica calma.

– Apuesto lo que quieras, a que tomaré más cabezas que tú, Lagartija – le dijo con aquel tono burlón que caracterizaba, cada vez que trataba con ella. Nymeria, lo miró de pies a cabeza y con tono irónico le contestó –Seguro que sí, fortachón –. Orys, comenzaba amoldar una picante respuesta en sus labios, cuando la voz de su padre irrumpió como un trueno en el lugar – ¡Orys! mantén los ojos abiertos, la boca cerrada y no rompas la formación o la única cabeza que caerá será la tuya - Gritó Durran – No vinimos a jugar. La banda Barbasangre no es cualquier cosa, una distracción, tan solo una y no dudarán en destrozarte ¿me escuchaste? -  Orys, con la cara roja de vergüenza, ante la burlona mirada de Nymeria, no hizo más que agachar la cabeza y guardar silencio - ¡¿Me escuchaste?! – Insistió con vehemencia el gran Venado – Sí, Padre – Musitó Orys, mientras de reojo miraba como la Targaryen esbozaba una burlesca sonrisa y apresuraba el paso, para situarse al lado de lord Durran.

Ya llevaban cerca de seis días siguiendo a la peligrosa Banda de Barbasangre, la que había asolado sin clemencia cuanta villa y pueblo se les había cruzado. Sus integrantes eran fieros guerreros, muchos ex soldados que curtidos por el acero y los traumas de las guerras habían perdido todos los escrúpulos y más que ponientís, parecían salvajes cuando entraban a la carga. El olor de la sangre se les había impregnado en la piel y las perversiones les habían carcomido el alma, ya no eran hombres, más parecían una manada de hienas hambrientas, que anuncian la llegada de la muerte con psicóticas risas.  Según Durran, no podían perder más tiempo, si los bandidos lograban llegar a las montañas rojas, lo perderían para siempre; sin embargo, el atardecer comenzaba a teñir de un crepuscular tinte el cielo, pocas horas quedaban para que la noche cayera y si esto ocurría, sería el fin de la campaña, y eso, ni Durran, ni mucho menos Orys, lo permitirían.

Minuto que pasaba, era un minuto que se les alejaba el objetivo. Los grillos comenzaban poco a poco a cantar entre la niebla y la débil luz de sol, comenzaba a ceder ante el avance inclemente de la noche. Cuando de pronto, las espaldas de los forajidos aparecieron entre grises brumas a lo lejos, Durran levanto una mano y con sus dedos le hizo una señal a Nymeria, la chica asintió con la cabeza e inmediatamente soltó las riendas y cogió el arco. A pesar del movimiento del galope su tiro fue certero y se incrustó en la nuca de uno de los bandidos – ¡Uno! – Gritó la muchacha, en clara alusión al desafío que el joven Baratheon le había planteado, a lo que Orys sólo respondió con un chasquido de lengua y el ceño fruncido.
A – ¡A la carga! – Gritó Durran, al tiempo que el bramido furioso de los bandidos y  el rítmico sonido del galope se unían en una sinfonía que anunciaba la inminente muerte.  Orys, Azuzó aún más su enorme caballo y tomó la delantera, haciendo oídos sordos ante los gritos de su padre que lo instaban a volver a la formación.  El impertinente muchacho se acercaba como la punta de una flecha a una masa de 40 o 50 hombres, sosteniendo en su mano derecha el enorme martillo, que relucía con el mismo fulgor y arrogancia que su dueño. Nada parecía intimidarlo, nada parecía poder derribarlo y él lo sabía, pues su rostro no evidenciaba temor alguno ante el inminente choque que se produciría. Por un segundo todo pareció quedar en silencio, las voces parecían mudas, los pasos lentos y pesados y los caballos, parecían flotar entre la niebla; lo que ocurría era eso de lo que todos hablan, lo que bardos y trovadores bordan con bellas frases para describir el instante previo, el segundo exacto antes de que el mundo se derrumbe en tus hombros: la calma antes de la tormenta. Sin embargo, esa horrible paz duraría poco, pues el silbido del Martillo de Orys, cortando el viento fue el preludio del caos. Y la explosión de un cráneo fue la música que dio inicio a la batalla. Muy a lo lejos podía escuchar los gemidos, los gritos de dolor y valentía; eran como un eco que sonaba una y otra vez, insistentemente, en lo más profundo de su ser. La sangre lo bañaba todo, desde el oscuro barro hasta sus propias ropas y cada vez que alzaba el martillo sentia como las gotas del líquido carmesí se precipitaban contra su rostro; era una lluvia, pero una mortífera. Estaba inmerso en el sueño fantástico y adenalínico de la lucha cuando sintió un rugido que pareció hendir la atmosfera y detener el tiempo; era la voz de su padre, seguido de un grito de rabia de Nymeria. Como si un choque eléctrico hubiera controlado su cuerpo, Orys hizo girar a su montura y lo azuzó una vez más para llegar al lugar de donde provenían los sonidos, pero no le gustaba nada lo que escuchaba y eso se reflejaba en su rostro.

Y de un momento a otro lo vio todo claro. Su padre agonizaba bajo su enorme percherón y la sangre le brotaba por la boca y la nariz. Sintió como si un balde de agua fría lo hubiera bañado de repente, casi podía oír los rugidos de la tormenta que se cernía ya en su interior. Durran tenía una flecha clavada justo en la garganta y otra en el pecho, y el animal que una vez hubo cabalgado tenía un corte profundo en la zona de la yugular. Sus ojos buscaron a la Targaryen como pidiendo explicaciones, y la vio sobre un hombre que seguramente ya había muerto hace un buen rato; la daga que sostenía su mano subía y bajaba una y otra vez, y cada vez que se enterraba en el cuerpo del asesino manchaba de sangre a la Dame.

Orys desmontó de un salto y a grandes zancadas llegó hasta su padre. Estaba seguro de que jamás sabría de donde sacó tanta fuerza para mover al caballo de su padre a un lado, librándolo del peso del animal.- Tranquilo, padre, estarás bien. Te curaremos, te llevaremos a casa... -comenzó a decir, aunque las palabras se le quedaban atragantadas, como si un nudo no quisiera dejarlas salir.- Orys... -susurró apenas el gran Señor de Bastión de Tormentas; aún moribundo parecía imponente- Está bien, hijo, lo has hecho muy bien... - una mano se alzó, y Orys la tomó con fuerza, como si no lo quisiera dejar ir.- No padre, no está bien - comenzó, y las lágrimas se agolparon en sus ojos- ha sido mi culpa, jamás debí desobedeceros... - alzó la cabeza para mirar a sus acompañantes- ¡¿Qué mierda hacéis parados ahí como idiotas?! ¡Traed un maestre, maldita sea! ¡alguien que pueda ayudarlo! - su voz se cortó cuando Durran soltó otro gemido aterrador, lleno de dolor.

-Orys, no hay nadie para... - la rubia apenas podía hablar, estaba acuclillada a su lado y lo miraba con un gesto que él jamás había percibido en su rostro.-

-¡Cállate! -gruñó - ¡claro que hay, debe haber alguien! - sus bramidos se opacaron por el sonido de Durran, trataba de hablar pero le era demasiado difícil con una flecha atravesándole la garganta.- Hijo, dejadme... ha-ha llegado el momento, Orys. -El joven estaba boquiabierto, negaba con la cabeza y abrazaba a su padre.- Serás un gran señor, Orys... vuestra hermana y vos... sois... sois mi orgullo... - farfulló y una tos remeció su cuerpo, escupiendo sangre. Miró a Nymeria, la joven que parecía haberse petrificado.- Sois mi orgullo - dijo una última vez, y tras aquellas palabras, el último hálito de vida se escapó de los labios de Durran Baratheon. El Rostro de Orys pasó de un segundo a otro de la más profunda tristeza, a la ira más oscura y sombría. Su respiración parecía el bramido de venado furioso. Sin pensarlo dos veces, se reincorporó, apretó con fuerza la empuñadura ensangrentada de su arma; sus ojos danzaban por el campo en la búsqueda de su objetivo y una vez que localizó a lo lejos  esa barba rojiza, sus casi dos metros, y aquella maza que giraba con fuerza casi sobrenatural, triturando todo a su paso; no hubo poder humano que pudiera detener la colisión contra Barbasangre; El joven venado, avanzó raudo, las placas de su armadura chillaban con cada paso que daba y  pobre del que se cruzara en su camino, porque ojos, dientes, huesos  y sesos volaban por los aires, con cada martillazo que asestaba.
A – ¡Barbasangre! - Bramó, al tiempo que su martillo reventaba el aire y avanzaba en la búsqueda de la cabeza de su enemigo. El bandido, reaccionó a tiempo y con un movimiento de su enorme maza, bloqueó el golpe. La tierra parecía casi temblar, cada vez que las armas de los gigantes chocaban; Sin embargo, Orys parecía un demonio sediento de sangre, sus ojos destilaban odio y su martillo se acercaba cada vez de forma más amenazante a su enemigo, hasta que el momento, uno de los golpes hizo tambalear Barbasangre, hacia uno de los lados, abriendo un hueco en su defensa, y el Baratheon no perdió tiempo, aprovechándola fuerza  del movimiento, cogió con ambas manos el martillo y cambió la dirección del golpe, como un péndulo que volvía de su viaje, el martillo golpeó la mandíbula de ruan e hizo volar unos cuantos dientes. Barbasangre, cayó al suelo y antes de que lograra saber que le pasó, otro martillazo cayó sobre su cabeza, reventándola, sus ojos saltaron como pequeñas bolas y sus rosados sesos, contrastaban de forma sublime con el marrón del barro. Pero Orys, parecía poseído y dejó caer otro y otro y otro martillazo sobre el cuerpo del desafortunado malhechor y cuando por fin logró calmarse un gritó de desgarradora ira invadió el campo,  los bandidos miraban aterrados y sus amigos, se envalentonaban para arremeter por última vez.

La batalla no duró mucho más, con la pérdida de su líder la banda se batió en retirada y uno a uno fueron cayendo, antes de que la noche abrazara completamente el lugar y, cuando esta llego, ya no se podía distinguir entre el cuerpo de un amigo o un enemigo, salvo por uno, el del gran Señor de Bastión de Tormentas, que era escoltado celosamente por su escudera y su hijo, los que permanecían mudos, como nunca, las palabras sobraban entre ellos y tan sólo una mirada bastaba para encontrar algo de consuelo.

El invierno había llegado al sur de forma que no se tenía precedentes; sin embargo, no había durado mucho. Había sido corto, pero intenso. Aquel día era una prueba de ello, pues incluso allí, en Bastión de Tormentas, las gotas caían como el llanto de una madre que acabara de perder a su esposo y a su hijo, y en cierto modo aquello le recordaba a su tía Alerie.  Lo único que el joven heredero de las tormentas  sabía, era que aquel día sombrío no sólo invocaría el recuerdo de su tía, sino que también el de su padre, desde entonces hasta siempre.
Brynden Ríos
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Tully
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Mensaje por Aelinor Targaryen Miér Jun 11, 2014 6:41 pm



Orys Baratheon
APROBADO

¡Felicidades! El personaje es tuyo. Una prueba emocionante que promete mucho.
Aelinor Targaryen
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