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Mensaje por Alyssa Arryn Dom Sep 07, 2014 5:33 pm

Tendría más o menos la misma edad de Erik cuando fue madre por primera vez. Es verdad lo que dicen que ni la mujer más fría y despiadada se resiste al tener a su criatura por vez primera en los brazos. Era todo un hombrecito, castaño como su madre y con los ojos avellana del Señor del Valle. Además de él, su hijo fue el segundo y quizás el último hombre que Alyssa amó en su vida.

Creció muy rápidamente, fue educado y consentido como si se tratase del mismísimo rey de Poniente, cosa que no tiene tanto de falso como vos creéis, pues Alyssa sabía muy bien lo que quería para su hijo. Ser Waxley se encargó personalmente de entrenarle, a veces temía que aquella montaña lo aplastara solo para verle la cara a su jefa, pero se hicieron grandes amigos y se juraron fidelidad mutua hasta el fin de los tiempos. Cuando tuvo la edad suficiente para suplir el puesto de su padre, ya iba acompañado en sangre por una dulce florecilla, heredera de los encantos de su madre.

Si bien Erik le fue impuesto un aprendizaje férreo, Lynesse se entregó en carne y espíritu a las artes finas de la mujer. A pesar de estar a las sombras de su hermano mayor, con Alyssa aprovechó las horas menguadas aprendiendo lo necesario para abrirse camino en un mundo, según su madre, hecho para hombres. No era un secreto para nadie en Poniente la ideología en pro de las mujeres que la Señora del Valle practicaba religiosamente. Alyssa llenó su cabeza con ideas que mermaron hasta después de volverse una señorita agraciada, dulce y luminosa, contrario al paisaje donde se había criado.

Era irónico pensar en los regalos de la genética, la mezcla perfecta de dos seres humanos en uno. La actitud y ambición de Alyssa se repetía como una maldición en su estirpe en Lynesse, lo que las conectaba y hacía inseparables; la humildad e ingenuidad de su esposo estaban en los ojos de Erik, ojos que, aunque Alyssa amaba, no entendía. Quizás esa era su tragedia, amar sin entender, quizás, de entender no pudiera amar y de no poder amar entender sería en vano.

El Valle, gran fortaleza impenetrable de Poniente, vio crecer a la familia real hasta que se dio cuenta que algún día, si no eran detenidos, podrían sobrepasar en tamaño a sus montañas. Asi que hizo lo necesario y mandó una peste, de la cual, al sol de hoy, mi buen señor, aún no se han recuperado.

Erik tuvo la insensatez de enamorarse de la hija primeriza del señor Corbray, tan hermosa, dicen los bardos, como un atardecer entre las escamas de un dragón. Muchas canciones fueron escritas a partir de su belleza y también de su inocencia, que Alyssa dudó siempre. Ambos, Aileen y Erik, parecían hechos el uno para el otro y su noviazgo, que fue exageradamente breve, les obligó a casarse sólo para poder disfrutar honradamente de la compañía del otro. Era un amor apasionado, juvenil, y al Valle le vino de perlas pues los Corbray, emocionados por la elección de su Señor, ya le habían quitado una bota a los Arryn en el trono. Alyssa, que conocía muy bien el producto de las diplomacias con matrimonios jóvenes (después de todo ella era uno de esos), sabía muy bien a donde iban a parar (después de todo ella era una de esos) si no se movía pronto. Y así lo hizo.

Aileen tenía la misma edad de Alyssa en ese entonces cuando se dio cuenta que sería madre. No se habían enfriado las sobras del festín de la boda cuando se sirvieron en el funeral. Con los meses la hermosa ruiseñor de Erik se fue debilitando, lo que los maestres aludieron a la gran fuerza del muchacho que venía. Los primeros dolores del parto se fueron extendiendo a días completos, pues el cuerpo de la joven exigía exprimir aquel tumor que la estaba matando, sin embargo, Aileen contaba con ocho meses de gestación, tiempo peligroso para dar a luz. Tanto Erik como su madre estuvieron todo el tiempo con su esposa y su cuñada respectivamente, pero fue más la sangre que manchó las sábanas que la que se quedó en las venas de la joven. La criatura nació deforme, hay quienes dicen que tenía plumas y pico como un águila. Solo las hermanas silenciosas y la señora Arryn pueden confirmar lo que las canciones dicen del niño muerto. Los Arryn devolvieron los favores a los Corbray y no se habló más del tema, el Señor del Valle vetó a todo aquel que hablara de su esposa.

Las cenizas del Valle continúan paseando a través del viento por entre sus montañas. Y si Alyssa pretende recuperar su poderío, debe pasar por encima del hombre que más ama en su vida. Y lo hará.
Alyssa Arryn
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