No hay invitación (Daenara Velaryon)
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No hay invitación (Daenara Velaryon)
Año 195 Mes VIII Verano
El sonido de las gaviotas llamó la atención del Principe de Dorne, que estaba acabando de tallar una figura de madera por puro aburrimiento dentro de su camarote. ¿Cuántos días llevaba allí metido? La travesía hasta las Tierras de la Corona era de lo más tediosa, pero siempre era mejor realizarla en barco. Se tardaba menos y no era necesario alimentar bocas extra. El barco que los llevaba tenía capacidad para cinco pasajeros, el resto estaba destinado al transporte de mercancías y los barracones de los marineros. Lo necesario para no llamar la atención en los mares y para no llevarse una reprimenda por parte de su hermano Maron.
El barco alcanzó la costa de Marcaderiva llevando a los marineros a los remos pues el uso de vela cerca de las otras embarcaciones podía ser peligroso. La isla era la más grande del Aguasnegras y la preferida del Dorniense, siempre prefería acudir allí de visita antes que ir junto al Rey Baelor y su hermana la Reina. Todo este tiempo separados y viviendo con costumbres diferentes los había distanciado bastante. Además Quentyn todavía era un niño cuando su hermana partió al norte de Dorne para casarse con Baelor.
Guardó su cuchillo en la funda que colgaba del cinturón y salió a cubierta para comprobar como la embarcación llegaba al puerto. Los hombres del exterior cogieron los cabos y los ataron acercando el barco al muelle. El dorniense bajó en cuanto habilitaron la rampa de salida siendo acompañado por el único soldado que le guardaría las espaldas durante su estancia allí. Ya llevaba tiempo sin visitar a los Velaryon, al menos en Marcaderiva. Se había encontrado con Lord Velaryon en varias ocasiones en algunas reuniones que organizaba su hermano en Lanza del Sol. Cuestiones políticas a las que Quentyn no prestaba atención. El dorniense agradeció el clima de aquel lugar, dejó que la brisa lo relajara y apaciguara el calor que sentía. No recordaba si había avisado de su llegada, ni siquiera había comunicado sus intenciones de visitar a los señores del castillo, por eso le resultó extraño a un vendedor de caballos que el dorniense le entregara unas monedas a cambio de sus bestias.
Cabalgó por la costa empedrada hasta que el ruido de los cascos de los caballos se camufló al llegar a un terreno más blando cubierto por tierra y verde. El castillo se alzaba ante él majestuosamente. Comprobó con una sonrisa en el semblante como los guardias de la entrada se alertaban de su presencia y formaban para no dejar pasar al recién llegado hasta conocer su identidad. Aun a sabiendas de quien era no le dejaron pasar, no les habían avisado de su llegada así que deberían esperar la confirmación de algún familiar. Quentyn pidió que llamaran a Daenara, ella sabría inventarse algo.
El barco alcanzó la costa de Marcaderiva llevando a los marineros a los remos pues el uso de vela cerca de las otras embarcaciones podía ser peligroso. La isla era la más grande del Aguasnegras y la preferida del Dorniense, siempre prefería acudir allí de visita antes que ir junto al Rey Baelor y su hermana la Reina. Todo este tiempo separados y viviendo con costumbres diferentes los había distanciado bastante. Además Quentyn todavía era un niño cuando su hermana partió al norte de Dorne para casarse con Baelor.
Guardó su cuchillo en la funda que colgaba del cinturón y salió a cubierta para comprobar como la embarcación llegaba al puerto. Los hombres del exterior cogieron los cabos y los ataron acercando el barco al muelle. El dorniense bajó en cuanto habilitaron la rampa de salida siendo acompañado por el único soldado que le guardaría las espaldas durante su estancia allí. Ya llevaba tiempo sin visitar a los Velaryon, al menos en Marcaderiva. Se había encontrado con Lord Velaryon en varias ocasiones en algunas reuniones que organizaba su hermano en Lanza del Sol. Cuestiones políticas a las que Quentyn no prestaba atención. El dorniense agradeció el clima de aquel lugar, dejó que la brisa lo relajara y apaciguara el calor que sentía. No recordaba si había avisado de su llegada, ni siquiera había comunicado sus intenciones de visitar a los señores del castillo, por eso le resultó extraño a un vendedor de caballos que el dorniense le entregara unas monedas a cambio de sus bestias.
Cabalgó por la costa empedrada hasta que el ruido de los cascos de los caballos se camufló al llegar a un terreno más blando cubierto por tierra y verde. El castillo se alzaba ante él majestuosamente. Comprobó con una sonrisa en el semblante como los guardias de la entrada se alertaban de su presencia y formaban para no dejar pasar al recién llegado hasta conocer su identidad. Aun a sabiendas de quien era no le dejaron pasar, no les habían avisado de su llegada así que deberían esperar la confirmación de algún familiar. Quentyn pidió que llamaran a Daenara, ella sabría inventarse algo.
Quentyn Martell- Fecha de inscripción : 26/08/2014
Mensajes : 20
Localización : Lanza del Sol
Re: No hay invitación (Daenara Velaryon)
Sus pies se hundían en la arena al mismo tiempo que el vello de la nuca se le erizaba. Hacía tiempo que no notaba esa desagradable sensación de quemazón provocada por la arena calentada al sol, y era ese tiempo lo que lo convertía en algo tan sumamente reconfortante. Pese al poco peso de la mujer cada uno de sus pasos quedaba marcado en el suelo, dibujando un camino que hubiese preferido mantener en secreto. Y es que aquella cala era su cala. Aquella a la que nadie se aventuraba, aquella que había descubierto cuando solo era una niña: encallada entre dos acantilados, se extendía durante un par de kilómetros una masa negruzca. ¿Qué hacía que la arena tuviese aquel peculiar color? El Maestre no había logrado explicárselo y la Septa juraba que eran cenizas acumuladas de fuego de dragón, cosa que Daenara no acababa de creerse. Llegó hasta el lugar a caballo, pues aunque la distancia no fuese excesiva, solía perder la noción del tiempo y acababa volviendo a casa más tarde de lo previsto.
Se deshizo de los ropajes que le sobraban y avanzó con calma hacia la orilla, estaba fría. Tal y como le gustaba. La mencionada calma se evaporó cuando se sumergió y empezó a nadar, más y más hondo, alternando la brazada con el buceo. Aquella sensación era tal vez, lo que más le gustaba de Marcaderiva. Dejó que su cuerpo flotase, cerrando los ojos y abandonándose a la corriente. Sabía que no la llevaría lejos. Cuando Daenara Velaryon volvió a abrir los ojos, no hacía pie y su corcel no era más que una mancha sobre la arena. Emprendió el camino de vuelta, secándose al sol, disfrutando del momento.
Volvió a vestirse, correcta y concienzudamente, pero la larga cabellera seguía húmeda. Tardaba horas en conseguir secárselo por completo si decidía hacerlo al aire. Montó con agilidad y regresó a la fortaleza por una de las puertas menos concurridas, casi reservadas a la familia. Apenas había cedido las riendas cuando la reclamaron. ¿A ella? Su hermano también estaba en la isla, y ella no tenía consciencia de que alguien fuese a visitarla. Sin embargo, cuando supo que el inesperado visitante no era otro que Quentyn Martell, todo encajó. —Ser Carden, disculpadme, de verdad. Se me olvidó avisaros de la llegada de nuestro invitado.—apoyó una mano sobre el hombro del guardia, una mentira piadosa que le ahorraría muchas explicaciones.—Bien sabéis que últimamente no sé donde tengo la cabeza.—Ser Carden sonrió con ternura y abrió paso, inclinando levemente la testa. —Bienvenido a Marcaderiva, milord. Espero que no os lo toméis a mal, pero no os esperaba. ¡No tenéis preparada ni habitación!—llamó a una de las doncellas y le hizo saber su preocupación, cosa que desembocó en una rápida carrera de la otra. —¿Cómo ha ido vuestro viaje?—Daenara esperó pacientemente a que él iniciase la marcha, a menos que quisiese descansar antes en algún lugar, comprensible.
Se deshizo de los ropajes que le sobraban y avanzó con calma hacia la orilla, estaba fría. Tal y como le gustaba. La mencionada calma se evaporó cuando se sumergió y empezó a nadar, más y más hondo, alternando la brazada con el buceo. Aquella sensación era tal vez, lo que más le gustaba de Marcaderiva. Dejó que su cuerpo flotase, cerrando los ojos y abandonándose a la corriente. Sabía que no la llevaría lejos. Cuando Daenara Velaryon volvió a abrir los ojos, no hacía pie y su corcel no era más que una mancha sobre la arena. Emprendió el camino de vuelta, secándose al sol, disfrutando del momento.
Volvió a vestirse, correcta y concienzudamente, pero la larga cabellera seguía húmeda. Tardaba horas en conseguir secárselo por completo si decidía hacerlo al aire. Montó con agilidad y regresó a la fortaleza por una de las puertas menos concurridas, casi reservadas a la familia. Apenas había cedido las riendas cuando la reclamaron. ¿A ella? Su hermano también estaba en la isla, y ella no tenía consciencia de que alguien fuese a visitarla. Sin embargo, cuando supo que el inesperado visitante no era otro que Quentyn Martell, todo encajó. —Ser Carden, disculpadme, de verdad. Se me olvidó avisaros de la llegada de nuestro invitado.—apoyó una mano sobre el hombro del guardia, una mentira piadosa que le ahorraría muchas explicaciones.—Bien sabéis que últimamente no sé donde tengo la cabeza.—Ser Carden sonrió con ternura y abrió paso, inclinando levemente la testa. —Bienvenido a Marcaderiva, milord. Espero que no os lo toméis a mal, pero no os esperaba. ¡No tenéis preparada ni habitación!—llamó a una de las doncellas y le hizo saber su preocupación, cosa que desembocó en una rápida carrera de la otra. —¿Cómo ha ido vuestro viaje?—Daenara esperó pacientemente a que él iniciase la marcha, a menos que quisiese descansar antes en algún lugar, comprensible.
Daenara Velaryon- Targaryen
- Fecha de inscripción : 20/08/2014
Mensajes : 16
Localización : Marcaderiva, Tierras de la Corona.
Re: No hay invitación (Daenara Velaryon)
Se desmontó del caballo con una sonrisa en el semblante. Siempre que visitaba aquella isla le gustaba mostrarse de buen humor para intentar animar a Daenara. El espíritu de la Velaryon menguaba con cada visita, como si estuviera sosteniendo una enorme roca de piedra y perdiera cada vez más y más fuerza. El dorniense estaba intentando subir aquella piedra para que no cayera y la aplastara. Le entregó las riendas a uno de los guardias y se encaminó a la mujer de rasgos valyrios para seguirla.
- No os preocupéis por la habitación, llevo días durmiendo en un camarote de apenas 3 pasos de ancho
El repiqueteo de los pasos de la criada sobre el suelo resonó en la estancia al igual que un golpe seco justo detrás de Quentyn. El dorniense se volvió para comprobar que había ocurrido pero enseguida alzó una ceja al descubrir que se trataba de su guardia Grisvar. El "yunque de las arenas" había puesto su manaza en el portón que los guardias habían intentado cerrar tras la entrada de Quentyn. Al fin logró hacerse un hueco y pasar sin articular ni una sola palabra. Se quedó allí con la mirada perdida en una de las paredes tal y como Quentyn le había pedido. Dentro no necesitaba protección así que el guardia era libre de hacer lo que quisiese, y desde luego quedarse quieto mirando una pared entraba dentro de ese "libre de hacer lo que quisiese". El Principe volvió a seguir a Daenara Velaryon tendiendo su brazo para pasear a su lado. Ya había confianza entre ambos, se conocían de hace años y aunque pasaban largos periodos de tiempo desde una visita a otra, el dorniense sentía un gran aprecio por la Velaryon.
- El viaje ha sido...
Giró la cabeza en varias direcciones comprobando que no hubiera nadie cerca. No era muy dado a las formalidades, siempre se le había dado un poco mal hablar con propiedad, o al menos no se sentía cómodo. Los criados corrían para preparar la habitación del dorniense así que vió más prudente continuar con aquel vocabulario.
- Tedioso. Me he tenido que entretener con un trozo de madera
Metió la mano que le quedaba libre por uno de los laterales de su túnica y sacó el pedazo de madera tallado. Aun no estaba acabado, pero no creía que tendría tiempo de seguir con aquello durante su estancia en Marcaderiva. Era una especie de caballo, o algo que se le parecía. Porque lo cierto es que le faltaba la crin. Se lo ofreció sonriendo divertido.
- Los escultores de Rocadragón me envidiarán por esto
- No os preocupéis por la habitación, llevo días durmiendo en un camarote de apenas 3 pasos de ancho
El repiqueteo de los pasos de la criada sobre el suelo resonó en la estancia al igual que un golpe seco justo detrás de Quentyn. El dorniense se volvió para comprobar que había ocurrido pero enseguida alzó una ceja al descubrir que se trataba de su guardia Grisvar. El "yunque de las arenas" había puesto su manaza en el portón que los guardias habían intentado cerrar tras la entrada de Quentyn. Al fin logró hacerse un hueco y pasar sin articular ni una sola palabra. Se quedó allí con la mirada perdida en una de las paredes tal y como Quentyn le había pedido. Dentro no necesitaba protección así que el guardia era libre de hacer lo que quisiese, y desde luego quedarse quieto mirando una pared entraba dentro de ese "libre de hacer lo que quisiese". El Principe volvió a seguir a Daenara Velaryon tendiendo su brazo para pasear a su lado. Ya había confianza entre ambos, se conocían de hace años y aunque pasaban largos periodos de tiempo desde una visita a otra, el dorniense sentía un gran aprecio por la Velaryon.
- El viaje ha sido...
Giró la cabeza en varias direcciones comprobando que no hubiera nadie cerca. No era muy dado a las formalidades, siempre se le había dado un poco mal hablar con propiedad, o al menos no se sentía cómodo. Los criados corrían para preparar la habitación del dorniense así que vió más prudente continuar con aquel vocabulario.
- Tedioso. Me he tenido que entretener con un trozo de madera
Metió la mano que le quedaba libre por uno de los laterales de su túnica y sacó el pedazo de madera tallado. Aun no estaba acabado, pero no creía que tendría tiempo de seguir con aquello durante su estancia en Marcaderiva. Era una especie de caballo, o algo que se le parecía. Porque lo cierto es que le faltaba la crin. Se lo ofreció sonriendo divertido.
- Los escultores de Rocadragón me envidiarán por esto
Quentyn Martell- Fecha de inscripción : 26/08/2014
Mensajes : 20
Localización : Lanza del Sol
Re: No hay invitación (Daenara Velaryon)
Una de las pegas del carácter de Daenara era su imposibilidad de demostrar cuanto, cuantísimo agradecía la visita de Quentyn. ¿Cuántas lunas habían pasado desde que recibiese a alguien en la isla? ¿Un par? ¿Tres? Sin duda, más del que le gustaba. Y es que a pesar de que la Velaryon no fuese una mujer extremadamente sociable, ni tampoco el alma de las fiestas, eso no significaba ni por un instante, que no necesitase contacto con personas, preferiblemente de su edad o similares. Personas más o menos sanas, personas que no fuesen parte del servicio o del pueblo, personas que no fuesen su hermano. Lo que necesitaba era personas como Quentyn, alguien despreocupado -aunque Daenara juraría que a veces demasiado-, pero que conseguía insuflarle un poquito más de vida. Por lo menos la entretenía.
—Si creéis que después de haber estado durmiendo en un camarote no voy a daros una cama en condiciones, estáis muy equivocado, Quentyn.—no había más que hablar, iba a darle una de las mejores habitaciones y poco podía hacer su invitado para evitarlo. Daenara dio un pequeño saltito sin querer cuando oyó el golpe en la puerta, incapaz de disimular el asombro.—Recordadme que jamás, jamás me enemiste con vos.—apartó la mirada del monumental guardia del Martell y se agarró al brazo de Quentyn. ¿Pero es que nunca iba a parar de crecer? O eso pensaba Daenara quien, aun siendo alta ya de por sí, se sentía bajita en aquel momento. Aunque tampoco era de extrañar, solía sentirse pequeña aunque fuese la más alta de la sala.
La mujer dejó que se le escapase una suave risa.—¿Un trozo de madera?—observó los movimientos de Quentyn y tomó lo que le ofrecía con cuidado de no romperlo. —No sabía que se os diesen bien estas cosas. Sois una caja de sorpresas, lord Martell.—acarició la madera con el índice, asegurando su suavidad y luego le dio la vuelta para verlo con más detenimiento. —¡Es un caballo!Tenéis razón, os envidiarán. Pero no proclaméis vuestras habilidades a los cuatro vientos o querrán también que hagáis su trabajo.—bromeaba...¡Bromeaba! Hacía tiempo que no lo hacía.—Y creo, Quentyn, que vos tenéis otros planes que distan bastante de picar piedra.—ladeó la cabeza, sonriéndole. Podía permitirse el lujo de tantear la zona personal, al fin y al cabo eran amigos.
—Si creéis que después de haber estado durmiendo en un camarote no voy a daros una cama en condiciones, estáis muy equivocado, Quentyn.—no había más que hablar, iba a darle una de las mejores habitaciones y poco podía hacer su invitado para evitarlo. Daenara dio un pequeño saltito sin querer cuando oyó el golpe en la puerta, incapaz de disimular el asombro.—Recordadme que jamás, jamás me enemiste con vos.—apartó la mirada del monumental guardia del Martell y se agarró al brazo de Quentyn. ¿Pero es que nunca iba a parar de crecer? O eso pensaba Daenara quien, aun siendo alta ya de por sí, se sentía bajita en aquel momento. Aunque tampoco era de extrañar, solía sentirse pequeña aunque fuese la más alta de la sala.
La mujer dejó que se le escapase una suave risa.—¿Un trozo de madera?—observó los movimientos de Quentyn y tomó lo que le ofrecía con cuidado de no romperlo. —No sabía que se os diesen bien estas cosas. Sois una caja de sorpresas, lord Martell.—acarició la madera con el índice, asegurando su suavidad y luego le dio la vuelta para verlo con más detenimiento. —¡Es un caballo!Tenéis razón, os envidiarán. Pero no proclaméis vuestras habilidades a los cuatro vientos o querrán también que hagáis su trabajo.—bromeaba...¡Bromeaba! Hacía tiempo que no lo hacía.—Y creo, Quentyn, que vos tenéis otros planes que distan bastante de picar piedra.—ladeó la cabeza, sonriéndole. Podía permitirse el lujo de tantear la zona personal, al fin y al cabo eran amigos.
Daenara Velaryon- Targaryen
- Fecha de inscripción : 20/08/2014
Mensajes : 16
Localización : Marcaderiva, Tierras de la Corona.
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