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La Estrella y El Cuervo [Shiera ~ Brynden]

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La Estrella y El Cuervo [Shiera ~ Brynden] Empty La Estrella y El Cuervo [Shiera ~ Brynden]

Mensaje por Brynden Ríos Sáb Ago 09, 2014 8:36 pm

La noche iba extendiendo sus fauces sobre Desembarco del Rey, y la bruma,  con sensuales ondas parecía bailar entre sus dientes, apoderándose  poco a poco de cada rincón de la capital. Las calles desiertas le daban un tono fúnebre al lugar; nada quedaba de aquella ciudad que parecía más viva de noche que de día,  es que  desde algún tiempo hasta parte, la gente prefería ocultarse en sus casas apenas comenzaba a aparecer aquel característico tono salmón violáceo, con el que el crepúsculo teñía cada tarde el cielo de Desembarco del Rey.  Eran tiempos tumultuosos y cualquier movimiento, palabra, ademán o susurro sospechoso, podía ser confundido con traición y de la nada verían caer sobre sus cabezas el velo de la decadencia. Pero todos los temores a los que la noche invitaba, no eran suficientes para que dos rojos orbes brillaran solitarios entre la niebla. Y es que para Brynden, la noche siempre ha sido una compañía agradable. Nacido entre las negras alas de los cuervos y condenado desde su creación a rehuir del sol, pronto aprendió a cubrirse con el manto de la oscuridad y a sacar provecho de las sombras, pues en ella, los ojos vigilantes encuentran cobijo y espacio incluso para mil ojos más.
 El Cuervo, caminaba aparentemente sólo por las calles, cubierto con una capucha grisácea que combinaba de manera elegante con la niebla del lugar. Los ecos de sus pasos  dominaban  de forma tenebrosa  las calles, combatiendo de vez en cuando con cantos de nocturnas aves y bohemios grillos; sonidos que parecían la música perfecta para acompañar el distinguido andar de Brynden. Su semblante, otrora melancólico parecía brillar de algún modo diferente, algunos dirían que era pasión y otros: rabia; sentimientos no muy diferentes en su gestación. Sus ojos rojos por alguna extraña razón ardían con el fulgor crudo de  un rubí y sus labios esbozaban una inquietante mueca la misma que dibujaría un cazador al encontrar a su presa.  ¿Pero qué es lo que buscaría el Cuervo de Sangre a esas horas? por su caminar, de seguro no era una purga dirigida a los traidores a la Corona, debía existir algo más;  un motivo mucho más personal. 
 Sus pasos, lo guiaron poco a poco al puerto de Desembarco del Rey, el viento costero rosaba de forma grácil el rostro de Brynden, y el gran bastardo,  parecía aceptarlo con un agrado superfluo, como si con el céfiro vinieran las caricias y susurros de algún viejo amor, que busca redimir sus culpas. A lo Lejos, la luz titilante de una embarcación se hacía más y más grande cada minuto que pasaba y, entre la niebla el Dragón rojo de las velas, parecía volar de forma imponente al vaivén de la marea, anunciando el nacimiento de una estrella.
 Brynden, no despegó su roja y atenta mirada del barco hasta que este llegó al muelle. Los gritos e instrucciones características de los marinos comenzaron a multiplicarse y se apoderaron del otrora silente lugar. A medida que pasaban los minutos, la impaciencia del Albino crecía y aunque por fuera parecía sereno, por dentro era un amasijo de sentimientos; sin duda, le resultaba mucho más fácil y natural el combate, la guerra, la persecución o el asesinato, que la tensa espera que estaba sufriendo. Pero de pronto, todo pareció detenerse cuando aquella figura tan característica apareció ante sus ojos, la había visto más de mil veces, acariciado otras tantas; sin embargo, ella tenía esa extraña capacidad de hacer parecer que cada mirada era la primera y que podías tocarla mil veces por primera vez. El bamboleo de sus caderas descendiendo por rampla y, la esmeralda y el zafiro que alumbraban su camino, hicieron  que el Cuervo de Sangre  clavara sus sangrientos ojos en ella. Su Rostro no evidenciaba lo que en su interior pasaba, hubiera querido saltar sobre ella, abrazarla, besarla, sentir su aroma y su respiración,  pero tenía motivos para mantenerse en su lugar,  serio, impoluto, severo, casi arrogante -  Tienes bastantes cosas que explicar  -  le dijo, con aquella voz  grave, elegante, casi untuosa; baja y lenta, con un matiz de crueldad. El tipo de voz que puede hacer que una persona se incrimine a si misma fácilmente, dando las gracias y pidiendo perdón. 
Brynden Ríos
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Tully
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Mensaje por Shiera Seastar Dom Ago 10, 2014 12:46 am

La brisa nocturna hinchaba las velas del navío como pulmones llenándose apenas de aire, y acariciaba los rostros de aquellos que viajaban sobre la estructura de madera cual amante mimando a su eterno amor; batía las telas de los ropajes derruidos por el tiempo y la sal, y hacía bailar grácilmente los cabellos platinados de la gran bastarda. La oscuridad podría haberse cernido sobre la capital, y con ella la calma, pero Desembarco del Rey seguía apestando a puta. A una muy sucia. Y a pesar de ese aroma tan asqueroso, Shiera estaba allí por fin, después de tantos baches y paradas en su camino, de tormentas terribles y temores incesables. Aunque la sensación de volver al hogar de su familia paterna no le provocaba nada de tranquilidad, muy por el contrario, mantenía su corazón pendiendo de un hilo… de uno muy delgado, para gusto de la Seastar.

-Mi señora, ya estamos cerca… -le dijo por lo bajo el capitán de la Doncella del Dragón, parado tras ella como otra sombra.

-Lo he notado, capitán. El hedor a puta de la capital es, ciertamente, inconfundible –siseó y lo miró de reojo. Su rostro parecía una pared de mármol: blanquecina a la luz del astro mayor que se dejaba entre ver a través de la niebla, e impertérrita. Era el rostro de la Estrella, esa que por su belleza se comparaba con la luna y era recordada por todos como una mujer cautivadora, letal… Muchos la deseaban al ver las curvas sensuales de su cuerpo, que se asimilaban a las de un reloj de arena, otros la respetaban y preferían desviar la mirada cuando ella pasaba a su lado… Pero sólo algunos le temían. Los más inteligentes, a su parecer.

Soltó un suspiro y su cuerpo se apartó de la baranda del barco, mientras su mirada no dejaba de observar atenta el horizonte en el que lentamente se iban dibujando las formas desiguales de Desembarco. El corazón le latía con fuerza bajo el pecho, tanto que ella temía a que el capitán percibiera su miedo y emoción. Pero no, él era un hombre demasiado desatento de sus sentidos como para percibir los de la Stella. Giró su cuerpo lentamente y descendió por las escaleras hacia la cubierta; todos sus movimientos eran tardos y cautelosos, como temiendo a las tinieblas que cubrían todo el Aguasnegras y se apareaban con la brisa nocturna. Su rumbo siguió hasta el camarote que se le había designado. Allí dentro todo era frío y húmedo, y los terrores nocturnos que tanto la acechaban parecían apoderarse incluso de los escondirijos más insignificantes. Eran apenas espantados por la luz débil de una vela sobre un pequeño escritorio.

En un rincón del modesto y bien cuidado cuarto, se hallaban sus baúles llenos de pertenencias, la mayoría adquiridas durante el largo viaje que había realizado. Shiera buscó entre sus posesiones la capa de lana del color de la plata, de la luna y las estrellas, y se abrigó con ella del aire gélido que lo invadía todo. La Estrella de Mar no le tenía miedo al fuego ni al calor, pero la oscuridad y el frío le erizaban la piel y la amenazaban con la duda… esa que sentía ahora mismo. Sabía que los cuervos de Brynden jamás descansaban, jamás dejaban de informarle, por lo que él estaría al tanto de sus actos desde mucho antes de que ella siquiera llegara a realizarlos. Lo único que el Cuervo de Sangre no conocía eran las razones que tenía la Seastar para actuar como lo había hecho… pero las conocería pronto.

El cese del movimiento susurrante del barco le indicó que habían llegado a puerto; tras las paredes de madera ya no se escuchaba a las olas lamer el casco del navío. Sólo había quietud apenas opacada por el grito del capitán y sus hombres. No esperó a que nadie fuera a buscarla. Cerró el baúl con parsimonia y se encaminó a la puerta mientras se subía la capucha de la prenda, para cubrirse el rostro. Se paró bajo el dintel y observó el exterior con una serenidad tan fría que era capaz de helarle la sangre a cualquiera –“He esperado tanto por este momento… -pensó, paseando la vista por los marineros que movían barriles y baúles, que arriaban las velas y alistaban sus pertenencias- tormentas, lluvias, llantos y pesadillas… Y ahora que por fin he vuelto, una parte de mi desea esconderse en las tinieblas y no salir jamás.

-Lady Shiera, llegamos a…

-Puerto –terminó ella, observando como la espada juramentada que Aegor le había proporcionado se paraba en seco.- Seríais muy amable si transportarais mis pertenencias… -agregó caminando hacia él. De un bolsillo oculto en la manga de su diestra sacó cinco dragones de oro y los puso sobre la palma de su mano, mirándolo a los ojos.- Entendería si después de esto queréis volver con Aceroamargo. –No le dio tiempo a responder, simplemente pasó a su lado y se dirigió a la rampa que descendía hasta el puerto. Sus orbes bicolores se posaron sobre los oscuros del capitán; le dedicó una corta reverencia con un movimiento de su cabeza, y comenzó a descender con esa prestancia que la caracterizaba.

Su aliento condensándose entre la bruma y unos ojos rojos y penetrantes eran lo único que delataban su presencia, todo lo demás en él parecía ser parte de la oscuridad que reinaba en el lugar. Incluso su gélida tranquilidad daban la impresión de que el Cuervo de Sangre era parte de la noche  –“Alas negras, palabras negras” –le había dicho alguien alguna vez, y en ese preciso instante tenía toda la razón del mundo. Shiera se preguntó cómo era posible que dos personas tan distintas se amaran con tanta pasión; ella, vestida de un blanco platino, parecía estar bañada por la luz del astro a tal punto que la niebla gris se tornaba plateada a su alrededor. Se paró frente a él y alzó la vista para encontrarse con sus orbes rojos y crueles. Pero más crueles fueron las palabras que salieron más tarde de sus labios. También los miró y el deseo de besarlos pareció brillar apenas por unos segundos en sus pupilas, para luego esfumarse.

Tragó saliva y extendió una mano de porcelana hacia él, que se posó más tarde en su mejilla. Sus dedos palparon la superficie casi delicada de su piel, para luego acariciarla con la yema de éstos. –“Estás bien… loado sea R’hllor, estás bien… No sabes cuánto te he extrañado, Brynden, cuánto te he necesitado” –pensó, y estuvo a punto de decírselo en voz alta, pero su mirada habló por su boca. No necesitaban palabras, sus cuerpos solían comunicarse con un lenguaje apasionado y sutil, y pese a que él mantenía su gesto distante, Shiera sabía que en el fondo él también lo sentía.- Tengo bastantes cosas que contarte –soltó por fin, y sus palabras parecieron flotar en una nube de vaho que pronto se mezcló con la niebla- pero no aquí –siseó y separándose de él comenzó a caminar a paso lento en dirección a la ciudad. Esperaba que él la siguiera, esperaba que él se mantuviera a su lado. Porque si no, nada de lo que había hecho para llegar hasta allí tendría sentido.
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