Casting Daemon Targaryen

La risa del Khal era, por mucho, la más estruendosa que Daemon hubiese escuchado jamás. Y eso, que él mismo se consideraba un escandaloso a la hora de reír pero Jakko, como le llamaba ya entrados en confianza y en copas, que esa noche habían sido bastantes por cierto. La gran despedida del dragón, le dijo el líder de aquel khalasar de 30 mil hombres. Había pasado cinco lunas junto a ellos, ganándose el respeto de los hombres incluso del khal, el cariño de los niños y hasta el calor de más de una mujer. Recordaba la primera vez que los vio y decidió unirse a ellos, los hombres con los que viajaba, un par de lysenos, le dijeron que estaba completamente loco. Que aquellos hombres eran unos salvajes, sucios y que lo más probable es que terminaba muerto y comido por los cuervos en algún campo. Daemon no esperó más y se despidió de ellos; le gustaban demasiado los desafíos como para dejar pasar ese. Había cabalgado con ellos, primero al lado de los esclavos. Después tras un enfrentamiento por que a uno de los dothrakis le había gustado mucho el huevo de dragón que llevaba en la bolsa, tuvo que sacar la espada y defenderse del arakh que el otro envainaba. Jakko había ensalzado su valor y su coraje además de su habilidad con la espada y aunque Daemon no había comprendido ni j de lo que le había dicho se inclinó. Desde ese momento, el respeto del Khal se mostró y lo unió a la columna principal junto a los jinetes de sangre.

Una bella dothraki, de piel cobriza y cabello negro como la noche, se había encargado de enseñarle el idioma, además de otras cosas. Thati, así se llamaba, lo hacía salir al campo, bajo las estrellas, lo tumbaba en aquel montón de tierra y lo montaba como si no hubiese un mañana. "Ustedes los ponientis - le decía- no hacen el amor como deben" Y con aquellos movimientos, Daemon no era capaz de refutarle. Había aprendido sus costumbres, lo que hablaban, le parecían un pueblo regio, imponente, honesto y que sabía lo que quería. estuvo en una batalla y cuando les ofrecían regalos. Jakko se encargaba de hacerle llegar oro, objetos preciosos y esclavas; Daemon tomaba el oro y una que otra cosa valiosa que le interesaba, las esclavas nunca.

Sonrió al ver el gran festejo que le habían preparado, el vino corría de hombre en hombre y las mujeres bailaban con sus medallones de bronce encima del pecho, usando eso nada más. Estrellaba su copa contra la del khal miles de veces y pedía más vino a gritos, la carne que habían preparado estaba jugosa y maravillosa, la sangre le corría por la barbilla cada vez que mordía un trozo nuevo. Ahí no tenía que guardar modales, ahí no debía limpiarse la boca cada vez que se ensuciaba, no cargaba la armadura ni tenía que soportar el silencio que se cernía sobre la mesa al comer con su familia. Ahí Daemon era más libre que nunca. Y sin embargo le faltaba algo. Su casa, su hogar. Su familia. Le faltaba Maegor y le faltaba Nymeria, su madre y nada más. Había pasado demasiado tiempo fuera de casa, era tiempo de volver.

-El dragón blanco follará como debe hoy por última vez - gritó el khal con su dothraki aún menos comprensible debido al efecto del vino en su lengua- escoge entre todas y si puedes con ella, es tuya -lo hombres de alrededor rieron ante el desafío pero Daemon sólo apuró su copa. Sonrió y se levantó acompañado de los gritos de los hombres, tomó a Thati por la cintura y la volvió a él- Mañana vuelvo a Poniente - le dijo en un dothraki perfecto- Y quiero hacer el amor como se debe por última vez - sonrió de lado encantado por la reacción en los ojos de la chica sabiendo que la había ganado.

La madrugada llegó pronto y el vino en su cabeza lo embotaba, pero era de volver a casa. Su madre lo reñiría y esperaba no encontrarse con un compromiso ya a medias, pero tenía ganas de abrazar a sus hermanos, de contarle a Maegor sus hazañas, de decirle a Nymeria que tenía la forma de eclosionar el huevo y que por fin lo había encontrado. Sólo faltaba el misterio de su padre, pero para eso había que volver a casa.